En este post te planteo una pregunta esencial: ¿por qué repetimos las mismas rutinas, incluso cuando son perjudiciales para nosotros? La respuesta te la doy a continuación; y es que, nuestro cerebro funciona mediante una red de neuronas, las cuales están conectadas, unas entre otras por unas conexiones sinápticas. A través de este sistema, cada neurona habla con sus vecinas más cercanas, para finalmente crear lo que llamamos consciencia.
Cuando nacemos, solemos tener muchas más neuronas, pero con el tiempo muchas desaparecen —porque al final es mucho más importante la calidad que la cantidad—, desechando por tanto, muchas de las neuronas con las que nacimos.
A su vez, conforme crecemos, vamos desarrollando muchas conexiones sinápticas, las cuales se van haciendo mucho más rígidas conforme cumplimos años, y estas conexiones se refuerzan por el aprendizaje progresivo, mediante la repetición de patrones de conducta, creando una rigidez en el cerebro, la cual crea patrones, es por eso, por lo que repetimos las mismas rutinas tan perfectamente cada día, incluso de manera inconsciente. Por tanto, a todo esto es a lo que llamábamos plasticidad neuronal.
Por este motivo, debemos de romper los patrones de comportamiento que no nos llevan a ningún lado, y que solo nos producen daño. La solución es muy fácil,
debemos de sustituir unos patrones de comportamiento que no nos benefician, por otros que nos resulten mucho mejores, de esta manera, podremos romper patrones de comportamiento que llevamos efectuando toda la vida, ya que, desde pequeños los aprendimos, pero nunca nadie nos hizo replantearnos si hoy en día son necesarios en nuestra vida.
Gillian Butler, Nick Grey, Tony Hope nos hablan en su libro «Manage Your Mind» de, qué hacer, cuando queremos cambiar un mal hábito. Los pasos serían los siguientes:
- Decidir cambiar.
- Ser consciente de todos los detalles relacionados con ese mal hábito.
- Diseñar estrategias para ayudar a detener el hábito.
- Reemplazar el hábito con una conducta alternativa.
- Persistir, ser consistente y hacer el seguimiento del progreso.
- Aprender a manejar los bajones cuando volvamos a caer en el hábito.
La historia siguiente nos puede enseñar, de qué manera funcionan estos patrones. Esta historia fue escrita por un psicólogo muy importante, el cual escribe diferentes cuentos para el público en general, además de libros de autoayuda.
EL ELEFANTE ENCADENADO «Cuando yo era chico me encantaban los circos, y lo que más me gustaba de los circos eran los animales. Me entusiasmaba poder ver de cerca a cada uno de esos animales que viajaban en caravana de ciudad en ciudad. Me llamaba especialmente la atención el elefante que, como más tarde supe, era también el animal preferido por otros niños. Durante la función, la enorme bestia hacía despliegue de su peso, tamaño y fuerza descomunal… pero después de su actuación y hasta un rato antes de volver al escenario, el elefante quedaba sujeto solamente por una cadena que aprisionaba una de sus patas a una pequeña estaca clavada en el suelo. Sin embargo, la estaca era sólo un minúsculo pedazo de madera apenas enterrado unos centímetros en la tierra. Y aunque la cadena era gruesa y poderosa me parecía obvio que ese animal capaz de arrancar un árbol de cuajo con su propia fuerza podría, con facilidad, arrancar la estaca y huir. El misterio es evidente: ¿qué lo mantiene entonces?, ¿por qué no huye? Cuando tenía cinco o seis años, yo todavía confiaba en la sabiduría de los grandes. Pregunté entonces a algún maestro, a algún padre, o a algún tío por el misterio del elefante. Alguno de ellos me explicó que el elefante no se escapa porque estaba amaestrado. Hice entonces la pregunta obvia: —si está amaestrado ¿por qué lo encadenan? —no recuerdo haber recibido ninguna respuesta coherente. Con el tiempo me olvidé del misterio del elefante y la estaca… y sólo lo recordaba cuando me encontraba con otros que también se habían hecho la misma pregunta. Hace algunos años descubrí que por suerte para mí alguien había sido lo bastante sabio como para encontrar la respuesta: el elefante del circo no escapa porque ha estado atado a una estaca parecida desde que era muy, muy pequeño. Cerré los ojos y me imaginé al pequeño recién nacido sujeto a la estaca. estoy seguro de que en aquel momento el elefantito empujó, tiró y sudó tratando de soltarse. Y a pesar de todo su esfuerzo no pudo. La estaca era ciertamente muy fuerte para él. Juraría que se durmió agotado y que al día siguiente volvió a probar, y también al otro y al que le seguía… hasta que un día, un terrible día para su historia, el animal aceptó su impotencia y se resignó a sus destino. Este elefante enorme y poderoso, que vemos en el circo, no escapa porque cree –pobre– que no puede. Él tiene registro y recuerdo de su impotencia, de aquella impotencia que sintió poco después de nacer. Y lo peor es que jamás se ha vuelto a cuestionar seriamente ese registro. Jamás… jamás… intentó poner a prueba su fuerza otra vez…»[1] |
La reflexión que podemos sacar de esta historia es que, como dice el autor —Jorge Bucay—,
«vamos por el mundo atados a cientos de estacas que nos restan libertad… condicionados por el recuerdo de no puedo».
Y no nos damos cuenta de que no somos nuestro pasado, y que podemos cambiar y romper esas estacas, como dice Jorge Bucay, poniendo en el intento todo nuestro corazón.
[1] Fragmento extraído del texto del libro de Jorge Bucay «Cuentos para pensar»
Puedes encontrar el vídeo del cuento en: https://youtu.be/vkCzRDaeAAM